Licaón, el origen del hombre lobo

La mitología griega sucede como cualquier historia: cada relato está relacionado en temática y en el tiempo, pero es prácticamente imposible explicar correctamente toda ella sin dividirla. Para comenzar el mes de febrero continuamos con la entrada de Zeus, Prometeo y Pandora


En cuanto los dioses ganaron la guerra contra los titanes, los problemas empezaron a surgir entre los seres humanos que poblaban la Tierra. En la región septentrional de Grecia, en Arcadia, el tirano Licaón se negó a adorar a los dioses y se burlaba de su pueblo por creer en ellos. Por ese motivo, Zeus se disfrazó de hombre mortal y se dirigió al lugar para averiguar en persona el grado de maldad con el que podía llegar a actuar Licaón.

Al llegar, convenció a los lugareños y campesinos de que él era el rey de los dioses, y estos le veneraron sin dudar de su palabra. Sin embargo, Licaón no escuchó al forastero y comenzó a mofarse de la ingenuidad de sus fieles. Llegó incluso a prometer a sus vecinos que sometería al viajero a una prueba que no podría fallar:

Fieles, todo el mundo sabe que los dioses del Olimpo son inmortales. Lo único que tengo que hacer es matar a ese tipo y así todos comprenderéis lo necios que habéis sido.

Obviamente, no lo comentó en presencia del dios, su plan era ir a hurtadillas al cuarto de huéspedes y sorprenderle con una puñalada. No era esta la peor parte de su plan, pues quería que su invitado corrompiera su boca y estómago ingiriendo alimentos prohibidos que él mismo tenía intención de probar para recrearse en el mal y llevar a cabo el más abominable de los actos como desafío a los dioses.

Licaón tenía cautivo, en una de sus prisiones, a un prisionero cuya vida debía haber considerado sagrada pero poco le importaba la vida de sus rehenes. Con las mismas, degolló al individuo y le descuartizó, separando algunas partes para el estofado y otras tantas para el asado. El propio Licaón preparó la comida y sirvió los platos en la mesa junto con pan reciente y vino. Algunos sostienen que, como acompañamiento, Licaón sirvió también la tierna carne de un bebé, su hijo.

Enfurecido, Zeus tiró de inmediato la carne que había sobre la mesa y lanzó su rayo por los aires contra los muros del palacio. Se derrumbaron tejados y paredes mientras el fuego devoraba el edificio. Licaón fue lo bastante rápido para escapar del incendio pero la venganza de Zeus le persiguió en su huida hacia los campos.

Mientras corría, intentaba gritar para pedir socorro pero en lugar de palabras solo conseguía emitir gruñidos y aullidos. Sus ropas comenzaron a rasgarse y se le desprendieron del cuerpo a medida que éste cambiaba de forma. Ya no podía correr como un hombre, pues los brazos se le estaban transformando en gruesas patas; de su piel brotaba un grueso y oscuro pelaje; las orejas se le alargaron y la boca se le abultó hasta formar un desagradable hocico. 

Zeus había convertido a Licaón en hombre lobo y, por naturaleza, el licántropo siguió actuando de forma agresiva y sanguinaria como Licaón. Se alimentaba de las ovejas y cabras de Arcadia pero su ansia por matar nunca fue saciada del todo y quedó refulgiendo en sus ojos inyectados en sangre.

GCL

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10 respuestas a “Licaón, el origen del hombre lobo

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