Relatos de Afrodita I

     Afrodita (Venus romana) es la diosa del deseo sexual, nacida de la espuma del mar al romper las olas. Se dice que salió de una concha y pisó la tierra en Chipre por primera vez. En ocasiones, era venerada como diosa del cariño formal y de la comunidad, al igual que Hestia (Vesta romana), diosa del hogar, o Hera (Juno romana), diosa del matrimonio y esposa de Zeus

Nacimiento de Venus, Boticelli

     El amor que Afrodita inspiraba era, la mayoría de las veces, apremiante y desenfrenado, y trascendía a los poderes de la razón y al sentido común de los hombres. Era diosa hija de la mar, y como tal, los marineros le rezaban y pedían encontrar aguas en calma y llegar sanos y salvos de sus travesías. De la misma forma que la mayoría de los dioses del Olimpo, Afrodita era una suma de opuestos, pero los mitos de esta diosa se centran en la pasión incontenible.


    Afrodita y Ares

     El dios de la guerra, Ares (Marte romano), era hijo de Zeus y Hera. Era habitual encontrarle en su hábitat natural: el campo de batalla. No eran muchos los dioses del Olimpo que disfrutaban de su compañía, pues tenía un temperamento feroz y creía en la violencia como la solución apropiada a casi todos los problemas. No obstante, una de esas deidades no solo disfrutaba de su compañía sino que además compartió con él un apasionado encuentro.

     Afrodita era tan capaz como Ares de dejarse arrebatar por sus pasiones más salvajes, a escondidas de su esposo Hefesto (Vulcano romano), dios herrero. La diosa convenció a su marido de que era el padre de sus cuatro hijos: Fobo, Deimo, Eros y Harmonía; siendo todos fruto del amor pasional de su amante, Ares.

     Un día, Afrodita fue al palacio de Ares y yació en su lecho demasiado tiempo, tanto que por la mañana, Apolo, el dios del sol les sorprendió juntos. Éste se apresuró a comunicar a Hefesto lo que acababa de ver, quien, pese a ser parco en palabras, enfureció de tal modo ante la desafortunada noticia que dio a conocer a todos los dioses del Olimpo su intención de vengarse.

     Pasó toda la mañana martilleando una malla de bronce hasta dejarla lo suficientemente fina como para poder inmovilizar a cualquier presa pero seguir siendo irrompible. 

     Cuando Afrodita regresó al palacio que compartía con Hefesto, este mintió y dijo que partía hacia la isla de Lemnos, cuando en realidad, no fue más allá de los establos del palacio. Allí se escondió, mientras Afrodita se apresuraba a avisar a su amante de que podía pasar con ella la noche en su lecho nupcial sin correr ningún riesgo. Ares llegó enseguida, lujurioso, y en cuanto se tendió sobre la diosa, una malla de bronce cayó sobre los dioses, quienes patalearon para zafarse de la trampa, sin obtener resultado.

     Hefesto convocó a los demás dioses para que se personaran en la cama nupcial y admirasen los hermosos «peces» que había capturado con su nueva red. Las diosas permanecieron a un lado, pero alrededor del lecho se arrimaron, a carcajadas, los dioses. Lejos de compadecerse del esposo traicionado, no se cansaron de repetirle a Ares lo afortunado que era y de ofrecerse para cubrir su puesto entre los encantos de la diosa Afrodita.

     Al final, Posidón (Neptuno romano), convenció a Hefesto para que dejara libres a los amantes. Ares se encaminó orgulloso hacia su última guerra, pero Afrodita se exilió avergonzada en la isla de Pafos, donde vivió hasta que su esposo quiso perdonarla.


     Algunas de las ninfas de la mitología griega son dríadas que pertenecen a un árbol en particular, y viven y mueren según la longevidad del mismo. Otras son oréadas, ninfas de las montañas, y también existen las níadas, ninfas de los ríos, los arroyos y las charcas. Estas últimas disfrutan de todo su potencial cuando están cerca del agua.

     Salmacis era una níada, y apreciaba tanto su charca que prefirió estar cerca de ella a sumarse a las demás ninfas acompañantes de Artemisa en la caza.

Hermafrodito y Salmacis

     Hermafrodito era hijo de Afrodita y Hermes (Mercurio romano), y su nombre se deriva de la combinación de sus padres, mientras que su atractiva apariencia fue herencia de su madre. 

     Hermes era un gran viajero y también lo fue su hijo. Un día, en uno de sus viajes, Hermafrodito conoció a Salmacis junto a su charca. Al verle, ella no pudo contenerse a decir:

¿Eres mortal o dios? Sin duda, debes de ser Eros, el hijo de Afrodita, y has bajado a la Tierra para dispararme una de tus flechas doradas. 

Estoy tan profundamente herida de amor que ruego que me hagas tu esposa o, si ya has sido desposado, me aceptes como amante. 

     Hermafrodito se quedó estupefacto. Era hijo de Afrodita, pero no sabía nada acerca del deseo pasional que desprendía, y mucho menos quería desposarse con una simple ninfa. Ella le abrazó con fuerza y, sin pensarlo dos veces, él se zafó torpemente de sus brazos. Ella intentó besarle y él retrocedió.

¡Márchate de una vez! – le espetó Hermafrodito- ¿O acaso tendré que marcharme yo?

      Salmacis fingió marcharse, pero era incapaz de alejarse de él, pues el deseo sexual que sentía hacia el dios le impedía reaccionar. Se escondió tras un arbusto y observó cómo Hermafrodito se sentaba en el suelo para descansar. Seguidamente, decidió darse un baño en la charca para refrescarse, pues era un día muy caluroso.

     Se quitó la ropa y Salmacis sintió como ardía cada vez más en ella el deseo sexual al ver su cuerpo desnudo. En cuanto él se sumergió en el agua, ella gritó:

¡Es mío! -y saltó tras él. Le abrazó, besó y presionó su cuerpo contra el suyo- ¡Quedémonos juntos para siempre! -suplicó; y los dioses atendieron sus sinceros ruegos.

     Los dos cuerpos, tan fuertemente entrelazados, empezaron a disolverse en un solo ser, ni del todo macho ni del todo hembra. Lo que salió de la charca de Salmacis no era un hombre ni una mujer, era el primer ser hermafrodita.


GCL