Perseo, Medusa y Andrómeda

Algunos creen que la decapitación mitológica de la gorgona Medusa simboliza el dominio de la sociedad patriarcal en la civilización griega. Medusa, término que significa <<sabiduría femenina soberana>>, había sido silenciada y sus poderes habían quedado bajo el control de las órdenes de los hombres. Originalmente, simbolizaba la sabiduría, los misterios femeninos y los ciclos de la naturaleza, aunque más tarde fue conocida como un monstruo maligno. Siendo Medusa una de las tres hermanas gorgonas, sus poderes eran fielmente respetados. Las máscaras de gorgona tenían una fuerza feroz y cruel, utilizándose e templos, santuarios e incluso como insignia en los escudos de los guerreros.


El comienzo de una aventura

Acrisio era rey de Argos y su vida fue ensombrecida por un oráculo, que profetizó que su nieto , el hijo de su hija Dánae, le mataría. A fin de burlar dicha profecía, encerró a su hija en una torre de bronce, una verdadera prisión.

Este hecho no supuso ningún obstáculo para Zeus, quien se manifestó en el regazo de Dánae en forma de lluvia dorada. Pronto quedó embarazada del dios de los dioses, pero como ella seguía oculta en la torre, su padre Acrisio no tuvo noticia de la existencia del pequeño Perseo hasta que el niño cumplió cuatro años.

Perseo crecía; era un niño muy activo, y hacía tanto ruido que se le oía incluso a través de los muros de la torre, siendo de hecho así como se acabó descubriendo el secreto de Dánae.

Acrisio no daba crédito a la criatura que tenía ante sus ojos, pues la ira y la perplejidad se apoderaron de su capacidad de razonamiento. ¿Cómo podía ser posible que un amante hubiera llegado hasta Dánae? ¿Cómo iba a destruir a Perseo sin mancharse las manos de sangre? 

Entonces, en circunstancias desesperadas, el rey Acrisio mandó construir un baúl en que cupieran su hija y Perseo. Una vez fabricado, lo lanzaron al mar y dejaron que se lo llevase la corriente, a la espera de que ese fuera el fin de la vida de sus descendientes.

Desafortunadamente, toda persona debe saber que el oráculo jamás se equivoca por imposible que resulte la afirmación que prediga. Siendo de este modo, Perseo y Dánae sobrevivieron en el cofre de madera, que quedó atrapado en la red de un pescador cerca de las costas de la isla Sérifo.

El pescador llevó a los supervivientes a la corte del rey, Polidectes, quien se enamoró a primera vista de Dánae. La cortejó durante muchos años, pero ella le rechazó siempre argumentando que su deber era estar consagrada a su único hijo, regalo del dios de los dioses.

Un día, el rey Polidectes invitó a la joven Dánae y a Perseo, ya siendo un jovencito, a una fiesta. Los invitados comieron, bebieron y charlaron en abundancia. Polidectes pidió a cada uno de ellos un caballo, fingiendo que los necesitaba como presente para cortejar a una dama que vivía en tierras lejanas.

Tal vez el vino se le subió a la cabeza a Perseo, pero tras convencer al rey de que él no poseía ningún caballo, aseguró querer desempeñar cualquier tarea por complacerle, incluso estaba dispuesto a matar al monstruo Medusa. Y exactamente era eso lo que Polidectes estaba esperando, una excusa para librarse del joven inoportuno para poder cortejar a Dánae. De modo que lejos de considerar la conversación fruto del alcohol en exceso, el rey aceptó en el acto el amable ofrecimiento de Perseo.

A Atenea y a Hermes les gustaba el joven Perseo, y a la mañana siguiente le esperaron para proporcionarle buenos consejos y regalos. Atenea le entregó el equipo que necesitaría para enfrentarse a Medusa: una bolsa, un escudo que relucía cual espejo y un casco que había pertenecido a Hades, dios de los infiernos, y que tornaba invisible a quien lo llevara puesto. Hermes le regaló una espada curvada como una hoz y un par de sandalias aladas, a imagen y semejanza de sus propios tobillos. Atenea le dijo que probara las alas de Hermes volando esa noche hacia el Reino de las Grayas, las únicas que conocían el lugar donde se hallaba Medusa.

Las Grayas eran tres deidades ancestrales; compartían un único ojo que introducían y sacaban de sus cuencas oculares vacías, y un único diente que se ponían y quitaban de sus pútridas bocas desdentadas. Perseo estaba dispuesto a enfrentarse a ellas pero recordó el consejo de Atenea de que obrara con astucia y no con fuerza.

 Aguardó junto a la entrada de la cueva en que vivían con el casco de Hades puesto, el cual le hizo invisible. Aun así, las Grayas percibieron una extraña presencia:

Dame el ojo, hermana – insistió una de ellas, nerviosa, alargando la mano a ciegas.

La que llevaba el ojo puesto se lo sacó a regañadientes y, por un instante, las tres Grayas estuvieron ciegas. Perseo entró en la cueva y les arrebató el ojo. Después, esperó a que una de las diosas se quitara su único diente y tratara de pasárselo a otra, para arrebatárselo también.

     Una vez quedaron las tres a su merced, les dijo:

Os devolveré el ojo y el diente a condición de que me digáis dónde se esconde la gorgona Medusa. 

Las deidades no tuvieron más remedio que musitar las indicaciones que el joven Perseo solicitaba. Según algunos relatos, Perseo devolvió los preciados bienes a las Grayas; según otros, los arrojó a las profundidades de un lago, dejando desesperadas a las hermanas para siempre.

Medusa

Medusa era una de las tres hermanas gorgonas. Las tres eran hijas del dios del mar y vivían lejos de las tierras de los hombres y mujeres mortales, en una isla situada en el más remoto de los océanos. Dos de las tres gorgonas, Euríale y Esteno, eran inmortales; pero a su hermana Medusa se la podía matar.

No obstante, en algunas versiones de la historia, Medusa no era hermana de las inmortales sino una mujer mortal que cierto día recibió el castigo de Atenea por entrometerse en sus misterios o bien, por mantener relaciones sexuales con Poseidón en el templo de la diosa virgen.

Atenea no le arrebató la belleza pero transformó su sedoso cabello en una maraña de serpientes y la condenó a vagar en la penumbra, incapaz de volver a tener sexo con un hombre jamás. Todo aquel que le dirigiera una mirada de amor quedaría petrificado en el acto.

Perseo utilizó el casco de invisibilidad de Hades para acceder hasta la cueva donde dormían las gorgonas y el escudo reflectante para buscar a Medusa de forma indirecta, mirando su reflejo a medida que a ella se acercaba y desenvainaba su espada en forma de hoz. El cabello de la gorgona se revolvió al percibir una presencia pero ella no veía enemigo que atacar. Como salida de la nada, una espada le cortó la cabeza

Incluso muerta, aquella terrible cabeza tenía la capacidad de convertir en piedra a quien la mirara a los ojos directamente. Perseo introdujo el miembro sangrante en la bolsa y salió de allí a toda prisa. Necesitaba de toda la velocidad y agilidad de sus sandalias aladas para volar más deprisa que las gorgonas, a las que dejó finalmente atrás, en la penumbra, entre gemidos y llantos.

En cuanto hubo decapitado a Medusa, del cuello de la gorgona salió el caballo alado, Pegaso; y un guerrero ya adulto, Crisaor, su hijo en común con Poseidón. La bolsa en la que Perseo llevaba la cabeza iba goteando durante el camino por el desierto de Libia y cada gota derramada dio lugar a un tipo de serpiente distinta.

Finalmente, el héroe se sintió fatigado y quiso descansar, pero cuando intentó aterrizar en el noroeste de África,  el titán Atlas le empujó de vuelta al cielo porque en una ocasión, un oráculo le había dicho que un hijo de Zeus le robaría. Al ver que Atlas no le permitía tocar tierra, Perseo extrajo la cabeza de Medusa de la bolsa. Una vez más el oráculo no se equivocaba, pues el hijo de Zeus le había robado la vida al titán, que quedó convertido en una cordillera aún más gigantesca que él, las montañas Atlas, que hasta hoy mantienen el cielo con las nubes que rozan sus cumbres.

Andrómeda y el monstruo

Perseo siguió volando, deleitándose en la velocidad a la que podía viajar, hasta el extremo más septentrional desde el más meridional. Al sobrevolar el océano hacia el litoral de Etiopía, vio en una playa una roca inmensa a la que estaba encadenada una joven desnuda. Las heridas de sus brazos y piernas evidenciaban que la muchacha había luchado por zafarse de las cadenas, pero en ese momento el terror la inmovilizaba: miraba hacia el mar, donde una enorme serpiente monstruosa surcaba las olas velozmente hacia ella.

La mujer encadenada era Andrómeda, hija del rey Cefeo y de la reina Casiopea. Esta había sido una insensata por equipararse con la belleza de las diosas y, como suele pasar, sus orgullos acabaron en lamentos. Casiopea aseguraba que era mucho más bella que todas las ninfas del mar y más bella que la mismísima Hera. El dios de los mares, Poseidón, respondió arrasando los campos con una fuerte inundación y enviando a una serpiente marina, llamada Ceto, para que atacara al pueblo. 

El rey Cefeo consultó con el oráculo de Zeus y le preguntó cómo podría salvar a su pueblo de la inundación y del monstruo, y la respuesta fue que solo el sacrificio voluntario de su hija Andrómeda aplacaría al dios del mar. Aquella mañana, los dolidos padres habían desfilado en una desolada procesión hasta la roca del sacrificio y habían encadenado allí a su llorosa primogénita, tal como los padres de Psique habían llorado hasta llevarla a un matrimonio con la muerte.

Perseo descendió a toda velocidad, espada en mano, y abrió cortes profundos en el lomo de la serpiente de modo que se desangrara hasta quedar sin vida. Después, cortó las cadenas de Andrómeda y llevó a la joven de vuelta con sus padres, aunque anhelaba retenerla entre sus brazos. Y es que, ¿qué otra cosa podía hacer el rey salvo dar su consentimiento a las nupcias entre su hija y Perseo, aunque ella estuviera ya prometida con su tío Fineo?

Andrómeda no quería casarse con su tío, pero él deseaba desposar a la joven, de modo que en la celebración nupcial él y sus hombres comenzaron a llamar la atención armando jaleo. Perseo sabía cómo callar sus iracundas lenguas; sacó de la bolsa la cabeza sangrante de la gorgona y, en el mismo instante en que la miraron, Fineo y sus hombres quedaron convertidos en piedra.

Hay quien dice que Casiopea también se oponía a la boda y, que al igual que Fineo, quedó petrificada por la mirada de Medusa. No obstante, parece que fuera absurda esa actitud cuando Perseo había rescatado a su hija, pues Poseidón finalmente la perdonó y la conmemoró en el cielo nocturno muy próxima a la constelación de Cefeo, su esposo. También es fácil encontrar la constelación de Ceto, el monstruo marino. Andrómeda y su esposo recibieron, asimismo, sendas constelaciones conmemorativas a su muerte, con la estrella Algol representando la cabeza de Medusa en la mano de Perseo.

Años después…

Antes de que pudieran disfrutar de su feliz matrimonio, Perseo tuvo que resolver asuntos pendientes con dos reyes: en primer lugar, se vengó de Polidectes, quien había intentado matarle. Voló hasta su palacio y le informó de que había acabado con Medusa y que tenía su cabeza, pero Polidectes le acusó de fanfarronear frívolamente.

El rey convocó a todo el pueblo en el mercado para someter al embustero a escarnio público. Nadie creyó a Perseo salvo su madre, Dánae, y el pescador, Dictis, a quienes Perseo advirtió que debían taparse los ojos. Acto seguido, con todo el pueblo expectante, Perseo sacó de la bolsa, una vez más, la cabeza de Medusa. El mercado quedó repleto de estatuas de piedra.

Tras ese exterminio masivo, Atenea concluyó que la cabeza de Medusa era demasiado poderosa para que ningún mortal la empleara como arma, y decidió quedársela. Por esa razón, adorna su escudo y su égida, la piel de cabra que lleva a la batalla. 

Perseo devolvió el casco de invisibilidad y las sandalias aladas, pero todavía le quedaba una tarea por cumplir: buscar y perdonar al rey Acrisio (su abuelo), que había encerrado a Dánae en la torre y les había arrojado al mar para verlos morir. Acrisio se ocultaba en la ciudad de Larisa, convencido de que Perseo iría a matarle. Incluso cuando supo que este no tenía la cabeza de la gorgona, le costó creer que su vida no corría peligro.

Perseo sugirió celebrar un ritual de reconciliación, y después participó en el campeonato atlético que se llevaba a cabo en Larisa. Se apuntó a la prueba de lanzamiento de disco, y cuando lo lanzó, este erró la trayectoria deseada y fue a parar a un pie de Acrisio. El rey era ya un anciano por aquel entonces, y el dolor y la conmoción lo mataron.

El oráculo había cumplido: El rey Acrisio sería asesinado por su nieto.


GCL